De la salud y la enfermedad, ¿cuánto está en nuestras manos?

De la salud y la enfermedad, ¿cuánto está en nuestras manos?

En el mes de febrero se vivirá en distintas partes del mundo una jornada que en este momento de la vida cobra especial relevancia, ya que la realidad nos muestra –más que en épocas recientes– que el ser humano continuamente debería estar al tanto de su salud para cuidarla y mantenerla y así no caer en enfermedad, ni física, mental y mucho menos emocional.

Según lo que se observa en distintas sociedades, esta oportunidad emerge como una necesidad evidente para prevenir o contrarrestar lo que las cifras de enfermedad o muerte nos vienen mostrando: desatención. Ya se ha dicho en muchos foros especializados en la salud –congresos, seminarios, cumbres, etcétera– lo que implica dar atención a los cuidados de la persona desde niveles gubernamentales: es exorbitante la cantidad de dinero que se destina para atender las enfermedades.

Para clarificar un poco, mencionemos: se invierte en infraestructura hospitalaria intensiva y de atención menor; en materiales que se requieren para el tratamiento y la recuperación de los enfermos –o en el trato paliativo en varios casos–; en medicamentos; en aparatos que monitorean o favorecen la estancia del doliente; en utensilios para el cuidado –o bien en los que hay que reemplazar si se encuentran ya desgastados–; en personal, que va desde el que da la atención médica hasta el que mantiene higiénico o esterilizado un lugar, incluso hasta en quien se dedica a la vigilancia… no acabaría de mencionarse en este breve texto lo que conlleva este ramo de atención de la salud; en suma, un gasto necesario, sin duda, pero que podría ser menor con algunos cuidados que cada persona pudiera proveerse al modificar ciertos hábitos de su vida. A su vez, podría escribirse del gasto que corresponde a los familiares de un enfermo para proveer lo mínimo necesario para que su allegado sea atendido y regrese pronto a un estado considerado como clínicamente sano, es decir, donde su cuerpo no se vea inestable, usando palabras sencillas.

Encontrarnos enfermos repercute visiblemente en nuestros comportamientos cotidianos –y seguramente de alguna u otra forma en nuestras personas próximas– y su desatención incide fuertemente en no ofrecer nuestra mejor capacidad en cualquiera de nuestros compromisos o en aquellas áreas donde nos desenvolvemos; y si no es en otros, sí nos impide vivir en bienestar al menos. Lo curioso es que este descuido que gestamos permite que progresivamente se conjuguen nuestros ámbitos del pensamiento, las emociones y las conductas, lo cual posibilita que estos se averíen –ya sea individualmente o en su conjunto– cuando antes se encontraban óptimos.

Hoy por hoy la salud está diluyéndose en gran número de personas y las razones tienen que ver con la forma como decidimos vivir nuestros días –salvo comprensibles, excepciones–. Le damos poco valor a algunos consumos innecesarios que tal vez al paso del tiempo se vuelven vicios y permearán nuestra salud física –tabaquismo o alcoholismo–; le restamos valía al descontrol de las emociones que después se pueden volver estados permanentes de enfermedad mental –como las depresiones o las paranoias– y que no tendrían que ser sabiendo que las emociones tienen un componente efímero; le quitamos importancia a comportamientos que anuncian deterioros de manera temprana y los dejamos avanzar hasta que un día llegamos tarde para intentar resolverlos.

Tener en mente la proximidad de esta fecha que nos reclama mejor y mayor atención a nosotros mismos tiene un porqué. Dedicar minutos para reconocer cómo nos encontramos desde las vías de la salud y la enfermedad contribuye al autoconocimiento y al bienestar personal y de quienes nos rodean –también abona para la salud pública y ambiental–. O, qué mejor si está al alcance, cada uno hagamos nuestra jornada diaria y no esperemos a una jornada anual.

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Psic. David Alberto Osorio Ibarra
Programa de Éxito Académico y Profesional (PEAP)


Universidad Mexico